Cuantas
lágrimas llenaron las mejillas de las madres al ver a sus hijos partir a la
ciudad para buscarse el jornal. Que la tierra ya no da, dice el tío
Nicolás, que no hay labor para tanto hogar lleno de chiquillos y sin leña más
que echar, partieron hacia la gran ciudad a buscarse el sustento en las
fábricas, los talleres y el que tuvo más suerte, termino en un bar, sirviendo
mesas, poniendo cañas o tras la puerta de la cocina haciendo de los fogones su
jornada laboral.
Ésta
fue la última imagen que tuvieron de su pueblo al partir. Cuántas noches se le
vendría a la mente, la imagen de sus padres con voz temblorosa despidiéndose de
ellos y dándoles los últimos consejos para que no se perdieran entre la
multitud de la capital, para que estuvieran en sus pensamientos y en sus rezos
antes de acostarse cada día.
Ya
les llenaron las maletas de embutido y pan del pueblo que la ciudad no les proveerá.
También se llevan en sus carteras fotos de sus seres queridos que en la dedicatoria,
les recodaran que nos les olvidan.
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